4.3.09

Conformismo intelectual

El conformismo intelectual es la actitud de pensar como, en general, lo hace la mayoría de la gente, sin actitud crítica, dejándose llevar por la opinión predominante y aceptando sus conclusiones sin examinar antes sus premisas. “Seguir la corriente”, en pocas palabras. Echando un vistazo a nuestro alrededor (y, desde luego, también en nuestro interior) parece que esta actitud es mucho más abundante de lo deseable.

La hallamos, por ejemplo, en un contexto electoral típico. Toda esa turba de correligionarios sentados a las espaldas de un líder vociferante, aplaudiendo a cada expresión vehemente o exigencia al gobierno de turno, son el fundamento de un conformismo intelectual inaceptable. ¿Examinará cada uno de esos pimpollos los pormenores de las propuestas con espíritu imparcial y debatirá con sus homólogos sus virtudes y defectos? ¿Sabrán cuándo persiste un halo electoral o partidista en las palabras de sus ‘superiores’? ¿Mentarán, entre ellos, algunas de las bufas y descortesías hacia otros partidos como señales de fanatismo político, más que como razonables quejas por ineptitudes ajenas? Y, tal vez más importante aún, ¿estarán dispuestos a admitir que todos, ellos y sus soberanos, hayan podido estar equivocados, que hayan engañado al pueblo, conscientemente o no, y que con sus palabras, hechos o decisiones sean responsables de un perjuicio a la sociedad mayor que su propio, y tan aireado, provecho? Naturalmente no. Son como los fanáticos de un equipo de fútbol; siempre incapaces de reconocer que el árbitro les ha beneficiado, o de que su amada pandilla ha realizado un encuentro horroroso.

Los medios de comunicación son una de las fuentes que mayor cuantía de pensamiento único genera, desde luego. Y, naturalmente, casi todos ellos dependen de, o propenden a, ciertos partidos políticos. De este modo, seguir asiduamente un único medio de información (cadenas televisivas, emisoras de radio, portales en Internet, etc.) es permitir que maleen nuestras perspectivas, juicios, expectativas u orientaciones vitales. La única forma de eliminar esta desagradable enfermedad, que a la larga puede llevar a la ceguera casi total (y puede que, por ello mismo, irreversible), es aunar esfuerzos en atender, observar y examinar lo que tienen que decir medios ‘rivales’, opuestos o antagónicos entre sí (hay quienes recurren a otra opción, a saber, la de no leer, mirar o escuchar medio informativo alguno...). Resulta perverso que no tengamos manera más racional, más legítima, de aproximarnos a la objetividad y el rigor informativo, pero se trata de una consecuencia natural del conformismo intelectual que ha barrido en nuestra sociedad al ánimo ecuánime y sereno que, por lo menos en ciertos sectores, debería haber prevalecido.

¿Cuánto conformismo intelectual inunda nuestras veredas domésticas? ¿Cuántas veces estamos de acuerdo con alguien por “quedar bien”, para “no discutir”, o porque nos alguien nos resulta atractivo (intelectualmente, se entiende) y, pensamos, seguir sus opiniones nos hará semejantes a él? ¿Cuán poco espíritu crítico subyace en nuestras decisiones diarias? ¿Las analizamos con el fin de que estén sólidamente sustentadas, y tras ello nos decidimos o decantamos por una u otra opción? ¿O, más bien, tratamos de hacerlas coincidir con las que poseen los demás, porque nos resulta más fácil, cómodo o provechoso?

Si queremos formar parte (o crear) de una sociedad cuyos miembros permanezcan siempre atentos ante formas de control de pensamiento (aunque suene muy orwelliana esta expresión, ejemplos de ella los hay a poco que escudriñemos a nuestro alrededor) o adoctrinamientos varios (y no hablo, precisamente, de la asignatura Educación para la Ciudadanía, mucho más inocua de lo que desde ciertos púlpitos nos quieren hacer creer... si bien de esto trataré de hablar en el futuro más detalladamente), si queremos formar dicha sociedad, decía, hay que partir de una estructura informativa integral de carácter más imparcial y menos amarillista. No es imposible (aunque sí difícil) lograrlo. Pero para ello, más que medios, escuelas o gobiernos neutrales y equitativos, lo que precisamos son ciudadanos que deseen esas propiedades y rasgos como inherentes a todos. Sin un anhelo de conciencia crítica que abarque todo ámbito de nuestro ser, desde nuestras propias decisiones diarias hasta la educación de nuestros hijos o el curso de una nación, poco podremos hacer por detener, o erradicar, ese conformismo intelectual que, hoy por hoy, anega de pensamiento simple y marcado por otros la sociedad en la que vivimos.

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