23.1.12

Conceptos y términos: "Empirismo"

Es bastante común, en la historia de la filosofía, la distinción que suele hacerse entre la doctrina racionalista y la empirista (sobretodo si nos referimos a la “racionalista continental” y la “empirista británica”) como opuestas, casi antagónicas, aunque esto debería matizarse pues miembros de una u otra postura exhiben en ocasiones rasgos de su rival (para ejemplo paradigmático el del empirista John Locke, cuyas ideas, sin embargo, denotan un fuerte arraigo racionalista...).

No obstante, sí es cierto un claro contraste entre racionalismo y empirismo. Pero, ¿qué es el racionalismo? ¿Y el empirismo? Dejaremos para otra ocasión una descripción y definición del primero y pasaremos ahora a ocuparnos del segundo (también haremos, más adelante, una comparación entre ambos para saber cómo responden a las cuestiones de la epistemología, la ciencia, la cuestión de la realidad y la moral, pues contestan de forma distinta a las mismas preguntas).

El “empirismo” (del griego empeiría, experiencia), afirma que las ideas y el conocimiento derivan de la experiencia. De este modo (avancemos ahora esto, al menos,) se contrapone al “racionalismo”, que sostiene que dicho saber es, fundamentalmente, producto de la razón. Por tanto, no hay posibilidad tampoco de saber innato, previo a los “datos”, ya que el sujeto cognoscente es, según una célebre expresión, una tabula rasa, o una pizarra en blanco, que irá recibiendo a lo largo de la vida las impresiones sensoriales procedentes del mundo exterior. (Incidamos, por cierto, en que los empiristas suelen concebir la experiencia como “sensible” o procedente de los sentidos, por lo que no se consideran empíricas las posturas que sostienen el fundamento de la experiencia en una “vivencia interior”, como sucede con Maine de Biran, por ejemplo)

El empirismo presenta distintos rasgos con diferentes consecuencias: así, por ejemplo, el empirismo psicológico apunta que el conocimiento brota, tiene su origen, en la experiencia de forma exclusiva; el epistemológico, por otro lado, nos dice que el conocimiento se justifica por la experiencia, que allí tiene, pues, su validez; el empirismo metafísico, por último, declara que la realidad tiene carácter empírico, es decir, que sólo es real aquello que podemos experimentar sensiblemente.

De la antigüedad podemos considerar como “empíricos”, en mayor o menor grado, a Aristóteles, el epicureismo, el escepticismo (de, por ejemplo, el precisamente llamado Sexto Empírico), entre otros. La corriente empírica arranca, sin embargo, en la filosofía inglesa de los siglos XVII y XVIII. Tras unas líneas difusas debidas a los escolásticos como Roger Bacon y Guillermo de Ockham, el empirismo vislumbra a sus precursores en las figuras de Francis Bacon y Thomas Hobbes, pues uno incide en la exigencia de un método inductivo y de una continua observación para la tarea científica y el otro, materialista radical, señala que sólo podemos justificar el conocimiento a partir de la sensación.

Pero la síntesis moderna del empirismo fue obra de John Locke (1632-1704), George Berkeley (1685-1753) y David Hume (1711-1776). Sus supuestos básicos, que ya hemos mencionado, pueden reducirse a dos: la inexistencia de ideas innatas y que el conocimiento procede de la sensación o experiencia sensible. La base del conocimiento son las “ideas” o (en Hume) “sensaciones” que recogen y sintetizan los datos del exterior aportados por los sentidos a partir de la percepción. En su Ensayo del entendimiento humano (1690), Locke critica al innatismo y expone los dos tipos de ideas (simples y complejas, elaboradas éstas por el entendimiento a partir de aquellas). Esta obra será considerada, sobretodo por los ilustrados franceses, como la superación definitiva del racionalismo. G. W. Leibniz (1646-1716), siendo un racionalista típico, no podía por menos que criticar el empirismo lockiano. Sin embargo, elaboró una completa descripción de los tipos de ideas en sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, escritos casi quince años después que el texto de Locke. Las ideas simples pueden proceder de un sentido (un color, por ejemplo), de varios (la forma), de la reflexión interna o las que son un producto combinado de la reflexión y la sensación. La mente es capaz de formar ideas complejas, divididas en sustancias, modos y relaciones. Por otro lado, Berkeley radicalizará la distinción echa por Locke entre cualidades primarias y secundarias, eliminando la distinción entre ellas, puesto que (según Berkeley), toda idea es un fenómeno de la conciencia subjetivo, y nuestro saber de las cosas es sólo posible gracias a la percepción (igualmente subjetiva). De este modo, resume su postura en la conocida fórmula “ser es ser percibido”. Por último, Hume, quizá el más grande empirista escéptico, acoge las ideas de Berkeley y las desarrolla en torno a la idea de sustancia interna (esto es, el yo): sólo hay saber de lo percibido. Hume distinguirá entre impresiones, percepciones inmediatas de lo que nos rodea (vivas e intensas, en consecuencia), e ideas, meras copias de las impresiones, una reflexión hecha por la memoria o la imaginación sobre aquellas. Hume asume que a toda idea debe corresponder una impresión, para que posea sentido, un significado verdadero. Pero, se pregunta, ¿qué impresiones son responsables de los conceptos filosóficos fundamentales, como sustancia, alma, Dios o libertad? Si no hay una impresión evidente de estas nociones, ¿qué derecho tenemos para sostener su realidad?

Posteriores sistemas empiristas, por ejemplo los de John Stuart Mill, Herbert Spencer o Franz Brentano, han girado en torno al asociacionismo de ideas y el fenomenismo (la única realidad es el fenómeno, lo que es posible percibir de las cosas en sí, que no son éstas mismas), o bien han adquirido el perfil positivista (Pierre Duhem, John Dewey, Bertrand Russell, etc.). El empirismo contemporáneo toma la forma del neopositivismo, cuyos principios se basan en el problema de la verificabilidad (para cuya solución se recurre al inductivismo) y el reduccionismo. Karl Popper opondrá su racionalismo crítico al neopositivismo, y W.V.O. Quine señalará los dos “dogmas del empirismo” (el reduccionismo y la distinción entre analítico y sintético), aunque hará hincapié en que únicamente el mundo sensorial brinda el necesario fundamento para el avance científico.

Echemos un vistazo rápido a las distintas formas en que podemos clasificar las doctrinas empiristas (seguimos aquí a Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía, en donde se detallan más todas estas modalidades): (1) El empirismo sensible (sensacionismo, clásico en Hume o Mill); (2) El empirismo inteligible, según el cual se establece una adecuación entre el sujeto y las ideas (Husserl, Bergson); (3) El empirismo moderado (o crítico, como el kantismo) acepta el origen empírico del conocimiento, pero rechaza que en el mismo esté su validez (por tanto, acepta el rasgo psicológico del empirismo, pero no el gnoseológico); (4) El empirismo radical afirma que la experiencia es el fundamento del conocimiento y despacha todo lo que no sea experiencia como mera inexistencia (Ernst Mach, por ejemplo); (5) El empirismo científico sostiene que para que una proposición sintética posea significación debe ser “verificable”; quiere vincularse al empirismo de corte clásico y contemporáneo en su intento de unificar las posturas empíricas sin abrazar tesis metafísica alguna (que, en todo caso, carecen de significación). Ansía, pues, “la unificación de todos los tipos del positivismo lógico, del empirismo lógico y de las direcciones ‘analíticas’” (Charles Morris, A. J. Ayer, Ernest Nagel, etc.); (6) El empirismo integral, como ha sido defendido por R. Frondizi; (7) El empirismo total cuenta con la figura de Samuel Alexander, que suscribe a Hume en su búsqueda de base empírica para las ideas, pero limando su chauvinismo en pro de las impresiones; (8) El empirismo idealista o idealismo empírico, que secunda Edgar A. Singer, quien explora una posible “mediación del idealismo con el empirismo y aun con el mecanicismo; y (9) El empirismo dialéctico, una de las formas que adopta el integracionismo”.

Para terminar esta nota citaremos unas palabras de Antoni Martinez Riu referidas al concepto que nos ocupa: “La crítica que instaura el empirismo clásico acaba en el fenomenismo y el escepticismo. Frente a la dogmática seguridad que exige y pretende haber hallado el racionalismo, el empirismo oferta la razonabilidad del conocimiento probable y de los límites del conocimiento. El valor histórico del empirismo está en su crítica; pero no en la empresa no lograda de fundar suficientemente el conocimiento científico. Ofrece una alternativa, pero no una síntesis y, por lo mismo, no una superación del racionalismo y el dogmatismo.”

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