31.1.12

Conceptos y términos: "racionalismo"

Como decíamos en la anterior nota sobre el empirismo, el racionalismo es la actitud filosófica según la cual la razón es la facultad prioritaria en la consecución del conocimiento, o incluso, que ella es la ”única” que permite alcanzar tal conocimiento. En este sentido (recordemos que, pese a todo, los empiristas clásicos también siguieron, al menos metodológicamente, el racionalismo en sus síntesis filosóficas; algo que harán, a la inversa, algunos racionalistas) es opuesta al empirismo.

Al igual que en el caso de este último, el racionalismo presenta asimismo tres rasgos bajo los cuales varía su alcance: el racionalismo psicológico afirma que la razón, entendida con el acto de pensar, es superior a la emoción o a la voluntad (se opone, pues, al emocionalismo y al voluntarismo); el racionalismo gnoseológico, por su parte, dirá que es la razón el único órgano que permite el conocimiento, por lo que, en consecuencia, todo saber auténtico vendrá de, y sólo de, dicha razón; por último, el racionalismo metafísico asegura que la realidad es racional (por lo que se opone al irracionalismo).

El racionalismo tiene algunos puntos básicos comunes, como podrían ser los siguientes: a) creencia en ideas innatas; b) correspondencia entre pensamiento y realidad; c) conocimiento como proceso deductivo (similar al método matemático); y d) la sustancia adquiere relevancia en todos los sistemas filosóficos racionalistas (las dos sustancias de Descartes, la sustancia única, de aspecto panteísta, de Spinoza [Deus sive natura], y las mónadas de Leibniz). También cabría recordar que se evita recurrir a la experiencia y al saber sensible, que se tiene en alta estima las consideradas como ideas claras y distintas y que se supone que, siguiendo un razonamiento exacto y sin fisuras, se debe alcanzar el conocimiento verdadero, pues como afirma René Descartes en sus Meditaciones, “conocemos por la razón”.

La confianza en la razón autónoma, vehículo de conocimiento, es una tradición de milenios. Ya en la Grecia clásica Parménides y Platón emplearon un racionalismo (metafísico y gnoseológico, en este caso) contundente: en el primer caso fue radical, al negar todo lo que no sea completamente pensable desde la razón (como lo es el ser inmóvil, único e indivisible); en el segundo se dio realidad a todo un mundo aparte, el mundo de las Formas, Ideas universales alcanzable sólo por la razón. En Aristóteles o en algunos peripatéticos, como respuesta a estas posturas, se percibe una clara preferencia por el empirismo, aunque todavía persistía el elemento racionalista. En ciertos neoplatónicos, como Plotino, el racionalismo recupera su preeminencia adobado con experiencias místicas que, sin embargo, se consideran como la cima del proceso cognoscitivo racional. Durante la Edad Media, como señala Ferrater Mora, “se podía considerar el racionalismo como la actitud de confianza en la razón humana con la ayuda de Dios... Al mismo tiempo se contrapuso el racionalismo platónico con el empirismo aristotélico, y se pudo aceptar este último como punto de partida para desembocar en el primero”.

Lo que se ha dado a conocer como “racionalismo moderno” surge en el siglo XVII, con el francés René Descartes. El racionalismo, explica Jordi Martinez Riu, aparece “como reacción a la orientación filosófica medieval puesta en crisis por las nuevas ideas del Renacimiento, que entre otras cosa renueva el escepticismo de los antiguos, el espíritu de la Reforma protestante que mina el principio de autoridad doctrinal, y los éxitos del método científico impulsado por la revolución científica”. A Descartes le seguirá Spinoza, Leibniz y, en cierto punto, Malebranche, todos ellos etiquetados habitualmente bajo la categoría de “racionalistas continentales”, en oposición, como dijimos, a los “empiristas británicos” (Locke, Berkeley y Hume).

Todos aquellos racionalistas, pese a sus diferencias obvias, coinciden en que podemos acceder a la verdad y a la realidad del mundo a través de un proceso racional y no empírico; todos dan prioridad a la razón sobre el saber derivado de los sentidos, como hemos dicho. La matemática será, para ellos, el modelo del conocimiento general (Spinoza escribió su Ética, que contiene elegantes argumentaciones y elaborados formalismos, al modo geométrico propio de los tratados de matemáticas...).

Para Descartes, según hemos ido viendo en la serie dedicada a su obra Meditaciones Metafísicas, los sentidos no son fiables a la hora de proporcionar conocimiento cierto, pues nos hacer confundir cualidades sensoriales con cualidades reales de los cuerpos. Si se desea alcanzar conocimiento cierto se debe partir de los primeros principios que la razón conoce de modo directo (como caso paradigmático, el cogito). En la razón se puede confiar, al contrario que en los sentidos, aunque Descartes acabará por aceptar (ligeramente) que los sentidos son útiles y suelen acertar en circunstancias concretas, como las de la preservación de la vida...

Spinoza, como hemos señalado, concibe como modelo de conocimiento nada menos que la geometría euclidiana, y lo aplica a su Ética. Spinoza es algo más radical que Descartes, y sostiene que es imposible desarrollar ideas correctas del mundo partiendo de las sensaciones únicamente, aunque sí que podrían, como mucho, brindar cierto saber de perfil bajo; pueden, en efecto, ser ayudas auxiliares para el conocimiento genuino, pero dado su carácter imperfecto son mucho menos valiosos que otras modalidades de saber, como la intuición. Spinoza definió una de las características del racionalismo, que hemos listado más arriba como “correspondencia entre pensamiento y realidad”, al afirmar que «el orden y conexión de las ideas es el orden y conexión de las cosas », lo que conduce a “inferir conexiones causales entre los cuerpos y estados del mundo material directamente de las conexiones lógicas entre ideas”, según señala Daniel Garber.

Leibniz era, igualmente, un apasionado del primado de la razón sobre la capacidad sensorial. Tuvo la visión, en su juventud, de que sería posible determinar la verdad de cada expresión o enunciado confeccionando un lenguaje lógico que reflejase la estructura de las relaciones entre los conceptos que representan el mundo. Más tarde dio forma a una teoría que afirmaba que, en cada enunciado el predicado estaba inscrito, o contenido, en el sujeto, de modo que podría determinarse, en principio, “la verdad o falsedad de cualquier proposición sin recurrir a la experiencia”. Además, continua escribiendo Garber, Leibniz aseguró “que las verdades se basan en dos principios básicos, la ley de no contradicción (para las verdades necesarias) y el principio de razón suficiente (para las verdades contingentes), que sólo pueden ser conocidos a priori”. De este modo, es posible concretar los valores de verdad de las proposiciones. Pero, como Descartes previamente, también reconoció la conveniencia empírica en ciertos ámbitos; como escribe en su Monadología, «todos somos meramente empíricos en tres cuartas partes de nuestras acciones».

Con estos ejemplos, es obvio que cada filósofo empirista, como se vio, no llegaba a despreciar completamente las tendencias y procesos racionalistas, y que, a su vez, los racionalistas reconocían el papel que los sentidos y la experiencia podían jugar en nuestra vida diaria.

La radicalidad, sea racionalista o de cualquier otra clase, (casi) nunca es buena consejera filosófica.

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